El estado y la sociedad fallidos

Por Melina González/// Ágora Digital

Houston,(02-02-2022).-Un policía sin vida y tras más heridos, derivados de dos hechos distintos, es el saldo que se ha registrado en Houston, Texas en las últimas semanas. En ambos casos, los sospechosos, fueron detenidos a días y horas después de los atentados, tras los operativos de las autoridades pero, alcanzados con éxito, gracias a la ayuda de la sociedad.

La rápida respuesta de las autoridades por implementar un operativo que incluyó cierre de carreteras, vigilancia en estaciones de autobuses, aviones y monitoreo en taxis, concluyó con la captura, tres días después y en Ciudad Acuña, en Saltillo México, de Oscar Rosales, presunto homicida del oficial Charles Galloway.

            Rosales fue extraditado ése mismo día y, enfrenta cargos por asesinato capital, lo que derivará, muy seguramente, en la pena de muerte, pena vigente en Texas; en el caso de Roland Caballero, el sospecho de haber disparado a tres policías de la oficina del Sherif, fue detenido horas después el mismo día, y enfrenta cargos federales como posesión de una metralleta e intento de asesinato contra agentes de la ley.

            La detención de ambos, no únicamente se derivó de la inmediata reacción de las autoridades, sino en la inmediatez con la que se difundieron los hechos a través de los medios de comunicación y, en las miles de denuncias anónimas que se hicieron contra ellos, entre ellas, denuncias hechas por sus propios familiares y conocidos.

            En Estados Unidos, a diferencia de las prácticas cada vez más frecuentes de las autoridades mexicanas, cuando se suscita un hecho delictivo, en lugar de omitir, minimizar, postergar e, incluso, retener la información, se sociabiliza de manera inmediata a través de los canales oficiales, para que, los medios de información y las propias redes sociales, se encarguen de replicarlo y, se genere la ayuda por parte de la sociedad civil, a través de la denuncia, para lograr la detención y control del elemento criminal.

            Lograr la participación de la ciudadanía, no es un solo un tema de ética y de moral, valores que parece ser, cada vez se encuentran más ausentes en México; se trata también de un tema de confianza y eficacia en y del gobierno. Un gobierno con una mala percepción entre la población, generará desconfianza y, por ende, una baja participación social.

Tratar de comparar el estado de gobierno que guardan ambos países y, por ende, del tratamiento que dan a los hechos delincuenciales, no solamente sería desequilibrado, sino desatinado, dada la naturaleza tan distinta de los conflictos y, las condiciones sociales, económicas y hasta culturales que prevalecen en uno y otro, ambos, sumidos en problemáticas muy particulares y de orígenes no recientes.

Sin embargo, las diferencias de la  participación social y el rol que ésta tiene en ambos países para la prevención y, en algunos casos, para la solución de delitos, es abismal. En México, no únicamente es el temor y desconfianza a las propias autoridades lo que ha generado un estado de inmutabilidad  social ante los cada vez más agresivos y frecuentes embates de los grupos delincuenciales.

La costumbre a ellos, el haber aprendido a sobrevivir a pesar de los altos índices de violencia desde hace ya más de una década, ha formado toda una generación de ciudadanos que se han insensibilizado y, evaden, todo tipo de participación social en pro de una mejora calidad de vida comunitaria.

Pero no sólo eso: la violencia se ha vuelto tan común en la vida diaria en México por tanto tiempo que no son pocas las familias, amigos y conocidos que han normalizado las conductas criminales de sus integrantes, incluso, llegándolos a justificar y, a considerar noble su labor delincuencial.

Han sido motivo de indignación social los cada vez más frecuentes vídeos de personas llorando o recriminando a la policía y a otros miembros de la sociedad, por la detención de familiares o amigos, cuando realizaban alguna fechoría.

Furor causó, ése vídeo, al que le siguieron cientos más,  de un par de mujeres molestas con unas ancianas que golpearon a su hermano al encontrarlo robando en su hogar, “si nada más estaba robando, no merecía ser golpeado así”, decían las indignadas mujeres ante el enojo de las dueñas del hogar. Vídeos y casos así, pululan en los noticieros nacionales.

Sin embargo, ésa misma sociedad que condena a quienes defienden y tratan de justificar las actividades criminales de familiares, caen en la misma contradicción al ser indiferentes con lo que pasa a su alrededor. Cada vez son menos las voces que salen a protestar por las matanzas de mujeres, de ancianos, cada vez son menos quienes denuncian, haciendo uso del anonimato, de actividades criminales en sus colonias, en sus barrios, lo que exhibe el estado fallido en el que se encuentra México.

Los expertos aseguran que una de las características del estado fallido, además de los altos niveles de corrupción y de la ineficacia judicial, se refleja en la pasividad de la sociedad, que se vuelve solapadora, por miedo o por conveniencia.

Un estado fallido, se expresa a través de una sociedad que parece ser, está más del lado del crimen y no del gobierno, a través del silencio ante los hechos violentos, lo que demuestra la desconfianza y ausencia de gobernabilidad que impera en la percepción social. Un estado fallido, genera sociedades que se insensibilizan ante la violencia, que la normalizan y, con su mutismo, se vuelven cómplices tanto del mal gobierno como de los delincuentes.

Contrariamente, uno de los síntomas más claros de una sociedad sana, advierten expertos, es justamente su poca tolerancia para la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones. En Estados Unidos, a pesar de sus múltiples problemas, que lejos los llevan también, a ser una sociedad perfecta, prevalece aún, la intolerancia social ante la violencia, generada tanto por el propio gobierno como por agentes criminales externos.

Para la memoria histórica han quedado las marchas multitudinarias en contra el abuso policial cometido contra miembros de la comunidad afroamericana, hechos que mantuvieron incendiados, literal por días, a varios estados y que concluyeron con la remoción y encarcelamiento de policías y jueces.

Tras el inicio de la pandemia por Covid 19, se suscitaron ataques de odio contra personas de origen asiático; la respuesta de las autoridades quedó minimizada ante la respuesta social: se organizaron patrullas de ciudadanos voluntarios que ayudaron a cuidar a los miembros de ésta comunidad.

Lo mismo pasa en los casos de desaparición de mujeres y menores de edad; por ley, de manera inmediata se debe de enviar un mensaje de texto a todos los celulares que sean alcanzados por las torres de comunicación de los estados colindantes.

 Sin embargo, es a través de la  movilización social que se logra dar con el paradero de los desaparecidos en muchas ocasiones; ejércitos de voluntarios organizan búsquedas en parques, colonias, lagos y demás sitios de interés que se mantienen por día y noche, hasta que se desactiva la alarma.

En muchos casos, se suma la iniciativa privada a las autoridades y sociedad civil, a través de recaudación de fondos para ofrecer recompensas por información y de apoyo económico a las víctimas y familiares. Es así, que se da el mensaje de cero tolerancia a la delincuencia y violencia.

En México, en algunos estados los grupos de auto defensas suplen la ausencia de autoridad y, podrían representar ése cansancio y repudio a la delincuencia, sin embargo, su constitución en ocasiones obedece a otros intereses y su operación, a veces, termina vulnerando a la misma población.

Salvo éstas polémicas patrullas ciudadanas, en México, pareciera ser, es cada vez menos la condena y el rechazo a la violencia; la participación social anónima,  es también mínima.

Por más de una década, en México, hemos aprendido a sobrevivir esquivando las balas, nos hemos acostumbrado a ver convertidos, de repente en cementerios clandestinos, parques, cerros, lotes baldíos, carreteras y hasta puentes. Por temor y desconfianza, hemos aprendido a callar y guardar silencio, dejando que los grupos delincuenciales nos arrastren al infierno con su violencia así como las autoridades a través de la corrupción y su inoperatividad. Habrá que esperar, qué tanto más, puede soportar México.