La lluvia eterna

Ciudad de México, (17-05-2024).-Sigue lloviendo. Llueve desde hace mil años y parece que seguirá lloviendo otros mil. Los peces nadan a la altura de las ventanas, las aves vuelan en el fondo de los ríos buscando gusanos para alimentar sus empapados polluelos.

Los perros decidieron dejarnos. Mustios, temblorosos, rehuyendo el contacto, pero firmes, nos avisaron que les dolía mucho, pero que se iban a las montañas, al desierto o a cualquier otro sitio en el que no hubiera tanta agua. “Tenemos hongos en las uñas y algas en los ojos”, aullaron antes de irse.

Ellos al menos se despidieron. Los gatos, los borregos y las vacas desaparecieron una noche; los caballos, los chivos y los pollos se fueron al día siguiente. Nadie aguanta la lluvia… salvo los peces y los pájaros, quienes ahora juegan juntos a dar vueltas en el agua y en el aire.

Camino con el agua hasta las rodillas en mi refugio impermeable, tomo un libro y veo como se disuelve lentamente. Arroyos de tinta sepia y verde salen por debajo de la puerta y se unen a un torrente mayor predominantemente azul y ocre que viene del periódico del pueblo.

Extraño los días tibios de antaño. Añoro, incluso, el sol abrasador que me quemaba el cerebro cuando estuve en las selvas secas. Daría mi peso en diamantes azules, verdes y negros –¡ahora tengo tantos!– por cinco minutos sin agua; toleraría, incluso, un poco de humedad.

Tampoco hay música. El rumor del agua y los truenos apagan cualquier intento de armonía, cualquier barrunto de armonía. Por supuesto, no hay aromas ni sabores; los caldos espesos y los guisados con especias, lentamente sazonados y hervidos, son ahora poco más que una leyenda.

Abro mis manos. Un torrente salobre, tibio, musical envuelve mi cuerpo, lame mi rostro. Por un momento, desaparece la lluvia, se aleja vencida por un líquido carmesí violento, que huele a hierro, que sabe a vida.

Lentamente, el mundo se entibia, pero ya casi no me doy cuenta. Mis ojos se cierran, mi cerebro se apaga y ya no me importa que, afuera, sólo haya agua; agua fría, agua de tristeza y de abandono.