Filosofía de la muerte

Por Filiberto Rivera Medellín ///Ágora Digital

  • Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”. Baruch Spinoza

Fresnillo,(11-04-2023).-El viernes Santo se conmemora  la  Pasión de Jesucristo, en este día, Jesús fue negado por sus amigos y entregado a la muerte. La muerte es algo que ha inquietado a todos desde que la vida es vida. Se trata de un hecho desconcertante al que siempre se le ha tratado de dar una explicación. Tanto es así que los grandes pensadores de todos los tiempos siempre han intentado plasmar sus deducciones y palabras sobre este tema.

La muerte constituye la piedra de toque de la antropología filosófica por cuanto que una interpretación del hombre y la vida humana que escamotee el problema de la muerte es trivial y no merece ser considerada en serio. La muerte, como la tierra, es la quintaesencia de la condición humana, es decir, del conjunto de condiciones fácticas bajo las que nos es dado vivir. Del mismo modo que la vida humana es una vida terrena, que de hecho tiene lugar sobre el planeta tierra, es una vida mortal. La mortalidad es, sin duda, uno de los modos de ser de la existencia humana, uno de los existenciarios heideggerianos. Ya los griegos, para contraponer el hombre a los demás seres, hablaban de nosotros, los mortales. En cierto sentido, morirse es un atributo exclusivamente humano.

     La muerte proporciona un punto de vista privilegiado en la reflexión antropológica porque permite la totalización de la vida humana y, en esa medida, es posible enfrentarse a la totalidad de la propia vida cuestionando su sentido. La muerte es el enigma fundamental de la vida, por usar la expresión de Dilthey, y, por tanto, nos convierte en problema para nosotros mismos. Vista desde la muerte, la propia vida resulta extraordinariamente problemática. Factus eram ipse mihi magna quaestio (Yo era yo mismo mi gran problema), escribe San Agustín. Se entiende así bien la tesis de Schopenhauer, rememorando a Platón, de que sin la muerte el hombre nunca hubiera empezado a filosofar. La muerte, el conocimiento de la propia muerte, saca al hombre del letargo y el sopor, colocándolo frente de sí y obligándole a preguntarse por sí mismo. De este modo, la muerte llega  a ser el nacimiento de la reflexión filosófica.

 Carlos Llano en el texto una aproximación filosófica al problema de la muerte menciona: “La filosofía no soluciona el problema de la muerte; por el contrario, lo acrecienta ofreciéndonoslo en toda su magnitud. En efecto, el problema de la muerte se entiende mejor en la medida en que se entiende que es un verdadero problema”.

La muerte no es un jeroglífico resoluble por la mente humana, sino más bien un límite del pensamiento, aquello que no puede pensarse ni comprenderse porque es lo que acaba con nuestro pensamiento y nuestra capacidad de comprensión. La muerte constituye la frontera del pensamiento porque se trataría de pensar la no existencia del propio pensamiento. Ante la propia muerte, el pensamiento se estrella como ante un límite opaco e impenetrable. Que la propia muerte nos resulta inconcebible es quizás la única consecuencia válida de la tesis de Epicuro: “La muerte es algo que no nos afecta, porque mientras vivimos no hay muerte; y cuando la muerte está ahí, no estamos nosotros. Por consiguiente, la muerte es algo que no tiene nada que ver ni con los vivos ni con los muertos”.  Por eso, no se trata de resolver un problema sino de establecerlo en toda su rotundidad. Como afirma Adorno, “las reflexiones que le buscan un sentido a la muerte son tan desvalidas como las afirmaciones sobre ella”. La muerte es un escándalo para el pensamiento.

En la medida en que la muerte no es un mero fenómeno biológico, su estudio puede ser realizado desde cuatro perspectivas distintas que pone de manifiesto en su Manual de antropología filosófica J. Choza: En primer lugar, la muerte puede ser estudiada desde el punto de vista de la exterioridad objetiva, tal como lo hace, por ejemplo, la anatomía patológica. En este enfoque, la muerte aparece tal como es dada a la observación positiva externa, a la investigación empírica, es decir, como un fenómeno biológico con determinadas propiedades estudiadas desde diversas ciencias biológicas. En esta perspectiva, la muerte aparece como una cesación de las funciones vitales o el proceso de descomposición, es decir, de pérdida de la unidad de un organismo. En segundo lugar, la muerte humana puede estudiarse desde el punto de vista de la exterioridad subjetiva, tal como lo hace, por ejemplo, la sociología o la antropología cultural. En este enfoque se trata de analizar cómo está objetivado en el arte o en el sistema cultural el modo en que en una sociedad se vive la muerte. En esta perspectiva, la muerte aparece como un fenómeno social, o sea, como algo que acontece en una sociedad y que es interpretado y regulado por ella. En tercer lugar, la muerte humana, puede ser considerada desde la perspectiva de la intimidad subjetiva, tal como lo hace la fenomenología. En este planteamiento, se trata de ver cómo aparece la muerte en la propia conciencia, cómo aparece la muerte en la vida humana, o cómo la muerte le está dada al mortal. Es, por tanto, un planteamiento subjetivo. En cuarto lugar, la muerte puede ser estudiada desde la perspectiva de la interioridad objetiva, tal como lo hace la metafísica. Se trata de ver ahora qué es la muerte en sí, como realidad en sí misma considerada. Por tanto, la cuestión ahora es analizar si la muerte es una acción o una pasión, si es natural o antinatural, cuál es su causalidad.

     El hombre por tanto existe en la medida en que su existencia no se ha acabado. Por eso, mientras existe, el hombre debe, pudiendo ser, no ser todavía algo. Y por tanto, la existencia humana no puede ser totalizada. Para el hombre vivir significa  ir  viviendo y se vive en cuanto la vida no está totalizada. La vida sólo se totaliza en la muerte, pero ésta es un acabarse o totalizarse como ruina. La vida sólo se totaliza en la muerte que es un derrumbamiento.

 Jolivet en las doctrinas existencialistas lo resume de la siguiente manera: “Si la muerte es el acabarse de la existencia y se existe en la medida en que la existencia está inconclusa, la existencia humana se caracteriza por ser un todavía no constitutivo. El hombre existe en cuanto que todavía no se ha totalizado su existencia. La muerte aparece por tanto como el horizonte de toda la existencia humana. De este modo, la muerte no es sólo el acontecimiento final, ni sólo un suceso futuro, no es un puro cesar que acontecerá a la existencia humana, sino un modo de ser que afecta al hombre desde el principio. La muerte, como totalización de la existencia, es un modo de ser de la existencia; la define como su horizonte. La posibilidad última para la existencia humana es la muerte, pero tal posibilidad extrema determina todas las demás posibilidades humanas y las constituye como finitas. De este modo, la muerte conforma la existencia humana, el horizonte que la define esencialmente”.

     La muerte es, en definitiva, algo que conviene afrontar resueltamente y que no debe ser oculto ni trivializado so pena de perder la dignidad de la existencia humana. Es cierto que hemos de vivir ante la muerte. Pero la muerte no es el final natural, el desenlace adecuado de la vida humana. La muerte surge del modo específico de ser de nuestra vida, pero es algo que no debería haber existido. La muerte no puede ser pues ni ocultada ni asumida, sino algo que hay que mantener en su carácter misterioso y enigmático. La necesidad  fáctica de morir es algo que repugna profundamente. Y  tal realidad  dolorosa y enigmática de la muerte plantea el profundo misterio de la existencia humana.