Reflexiones desde Júpiter

Por Gabriel Páramo

Ciencia al Servicio del consumo

Mercurio

Hay una crítica constante, insistente, acerca de los supuestos males a los que nos está llevando la tecnología sin pensar que, más que la tecnología, el destino de la civilización actual está marcado por los usos provenientes de los sistemas productivos. Aunque es innegable que la actual tecnología electrónica y digital, que se concreta sobre todo en computadoras, pantallas y celulares, ha cambiado la forma de relacionarnos con otras personas, no debe ser determinante de comportamientos poco éticos, alejados del compromiso social. Las personas estamos obligadas a un comportamiento ético.

Consumimos no solo productos; consumimos vidas, experiencias, sensaciones, deseos. Las presiones de la sociedad nos hacen vivir ese “acoso de las fantasías” de Slavoj Zizek, donde “la fantasía crea un escenario en el que se opaca el horror real de la situación”. Se dice que la “tecnología” (englobando erróneamente en esta exclusivamente lo digital) está convirtiendo a los seres humanos en islas, contra lo que el poeta metafísico isabelino John Donne acerca de que ningún hombre es una isla.

Venus

Es cierto que la sociedad actual es mucho más narcisista, hedonista y consumista que la de apenas un par de generaciones atrás; lo podemos observar en la forma en que se desarrollan las relaciones, que desde un primer momento se conciben con “fecha de caducidad”. Muchas veces se culpa a la “tecnología de esta situación”, pero muchos opinan que en realidad, los desarrollos tecnológicos actuales ocurren porque así lo demandan la misma sociedad y la dinámica de consumo.

Muchos teóricos consideran que el ser humano y la tecnología son esencialmente inseparables. Walter Benjamin, por su parte, nos define como «hacedores de herramientas»; etimológicamente hablando, «tecnología» es el discurso de las artes estéticas y aplicadas, Derrick de Kerckhove sostiene que el ser humano pudo evolucionar gracias al uso extensivo de herramientas que le permitieron desarrollar su cerebro y que, en este sentido, el lenguaje es la primera tecnología.

Tierra

No es la primera vez en la historia que sucede que una revolución tecnológica haga pensar a la sociedad que eso es toda la tecnología y que lo demás es algo así como la naturaleza; ya ocurrió en la Revolución Industrial y pasa ahora. El problema no reside en el uso de la tecnología digital, sino en las intenciones que se tienen al emplearla. Siguiendo al filósofo Zygmunt Bauman, provocan conflictos pues: «(…) adquirir conciencia de los mecanismos que hacen la vida dolorosa o, incluso, imposible de vivir no significa que estos vayan a quedar automáticamente neutralizados. Sacar a la luz las contradicciones no significa que con esto se resuelvan».

Porque, no olvidemos, espiar a la gente se ha podido hacer siempre, como podemos recordar en la historia reciente del siglo XX, incluyendo la nuestra, en el que los servicios de seguridad del Estado, pero también detectives privados, podían saber todo de los otros a nuestro alrededor. El uso indiscriminado de celulares, tabletas, pantallas, incluso edificios, todos ellos “inteligentes”, tiene mucho que ver con el narcisimo. El mismo Bauman explica: «El nuevo individualismo, el debilitamiento de los vínculos humanos y el languidecimiento de la solidaridad están grabados en una de las caras de una moneda cuyo reverso lleva el sello de la globalización».

Marte

El sentido de la vida no lo dan las cosas, por supuesto que no lo da la tecnología, sino las elecciones que tomamos. De acuerdo con el psiconalista vienés, sobreviviente del Holocausto, Viktor Frankl, las decisiones, incluso en momentos de vida y muerte, son éticas y deben estar regidas por el bien. Es fácil suponer que la culpa de la falta de calidad de nuestra vida proviene de hechos exteriores; resulta cómo suponer que somos víctimas de poderes superiores a nosotros y que nada podemos hacer para solucionar los problemas. Sin embargo, la verdad es que es necesaria una respuesta ética.

Así como el consumo está destruyendo, literalmente, nuestro planeta, las decisiones que tomamos sobre nuestros actos también lo afectan. Sin embargo, no hay que caer en la trampa que promueve el mismo sistema económico en el que nos desarrollamos y que pretende que las soluciones se pueden dar desde el individuo. Las soluciones sociales siempre han de ser colectivas.

Cinturón de asteroides

Más allá de prohibir el uso de celulares, de limitar el acceso a la tecnología, de seguir esas prácticas “buenistas”, lo que se requiere es una toma de conciencia ética profunda que lleve a la sociedad a un cambio de fondo, a un cambio que sea una mejoría real para la mayoría de los seres humanos.

*Nieto, hijo, hermano, padre y abuelo de migrantes, mi nombre completo es demasiado largo. Sobre todo, soy profesor universitario, aunque también, investigador y periodista.