La sangre llama

Por Efraín Jiménez Muñoz /// Ilustración Cath Zúñiga

De muy chico de edad hace más de 20 años, me fui de La Villita como indocumentado a Estados Unidos, con una pequeña mochila en la espalda, un coyote amigo mío desde la infancia al que pagué cien dólares y la bendición de mi padre y madre. Caminamos una noche por el cerro antes de llegar a San Diego.

Fue a mediados de los 90 que empecé en la construcción por 3 meses y después viajé más al norte en Los Ángeles donde comencé trabajar en talleres mecánicos para lograr años después abrir mi taller propio y que aún conservo junto con mi socio que se encarga de operarlo.

La Villita es un rancho de no más de mil habitantes a 3 kilómetros de Nochistlán, municipio cuna de mariachis, gente alegre y trabajadora, muy trabajadora.

Siempre quise viajar, de mi primera travesía que hice a pie, a la fecha he tenido la fortuna de conocer más de 80 países, en donde he compartido mi experiencia como mexicano migrante. Un sueño cumplido. Más, si tomo en cuenta que en mi pueblo sólo estudié hasta la telesecundaria y en Estados Unidos un año de prepa abierta. Hasta ahí.

Me involucré con la Federación de Clubes Zacatecanos del Sur de California en desarrollo de proyectos, en la lucha por los derechos políticos de nuestra comunidad en Estados Unidos y en México, y así fue que me invitaron por primera vez a la Haya en Holanda para participar en un foro sobre Remesas y Migración.

Luego llegaron en cascada invitaciones a Francia, Filipinas, Suiza, Holanda, Nicaragua, Indonesia, Tailandia y varios países africanos como Marruecos, Burkina Faso, Benín… así se fue desgranando la mazorca en 15 años de viajes, aprendizajes, de convivir con los expertos en sociología, economía, políticas públicas, desarrollo, migración…

Y así, viajando fue que escuché por primera vez del coronavirus en Quito Ecuador el 20 de enero, ahí participé en el Foro Mundial de Migración y regresando a México nos recibieron en el aeropuerto con gel antibacterial antes de llegar a migración.

Luego, estuve en Los Ángeles y Texas en febrero, todo parecía normal, en el aeropuerto no había medidas de seguridad y cómo las habría si el mismo presidente Trump decía entonces que no había problema. Hoy Estados Unidos, mi segunda casa y la de más de 12 millones de mexicanos tiene 670 mil 591 contagiados por el virus SARS-CoV- 2 y 34 mil 233 fallecidos.

Como migrante y viajero, la sangre siempre llama a volver al origen.

Llegué a La Villita el 19 de marzo, directo a bañarme, sin saludar a nadie, sólo vi a mi madre de lejos en la casa, una señora siempre alegre, muy echada palante, yo traía mi máscara de protección y guantes para no contagiar en la eventualidad de ser portador del virus.

Luego, me invitó a comer y en la cocina a distancia, me serví con mi cuchara y desde ése momento siempre usé los mismos cubiertos, el mismo plato, el mismo vaso, por más de 10 días. No pude abrazarla, aunque quisiera, estaba feliz de verla, pero también consumido por el miedo de cargar en mis hombros la posibilidad de que por mi culpa enfermara.

Ella ya ha padecido un par de veces neumonía, aunque también me decía para tranquilizarme:  ¡aaaayyy hijooooo, si hubiera sido más débil ya me hubiera muerto hace 20 años!

Los 2 primeros días a mi llegada tuve  la  garganta irritada y  mucho miedo.

De inicio unas sobrinas, hijas de mi hermana no iban  a quedarse con ella porque yo estaba ahí, para protegerse  y proteger a su abuela.

 Después de dos semanas regresaron a verla. Ya regularizaron sus visitas.

En la Villita la gente no guarda cuarentena al 100 por ciento. La tienda de Nono, un amigo y pariente amable, muy querido por todos, sigue abierta.

Quizá el 30 por ciento de nuestra población sigue haciendo sus labores del campo, alimentan el ganado, van a revisar las tierras de cultivo, luchan por sobrevivir en este páramo.

El otro 70 por ciento se guarda, aunque es común ver a gente caminando u otros que optan incluso por acampar en el cerro, en el monte, con la familia, lejos, al menos lejos del centro del pueblo que hoy está con calles pavimentadas, conexión a internet, luz eléctrica, agua potable, servicios que no tenía cuando me fui por primera vez y que hoy le dan un toque distinto, gracias en buena medida al trabajo que hacemos los migrantes en colaboración con nuestro gobierno.

Ha llegado poca gente de Estados Unidos, aunque somos muchos los que estamos allá, tan sólo de mi familia 6 de los 12 hermanos y hermanas  están de aquél lado. Todos en cuarentena, nadie sale excepto algunas de mis sobrinas que trabajan como agente de policía, migración o fuerzas armadas en Estados Unidos.

 Acá siguen llegando paisanos, pero, de la ciudad de México, Aguascalientes o Guadalajara.

… El dilema

Como migrante tengo sentimientos encontrados. Estoy en contra de la estigmatización y que nos vean como si estuviéramos infectados por venir de Estados Unidos.

Muchos migrantes quisieran venir, pero ya no pueden, las restricciones de viaje para salir de Estados Unidos son muy elevadas.

Creo que se equivocan algunas autoridades al decirnos fríamente… ¡No vengas!

También entiendo que muchos aunque quieran venir no lo hacen, pienso en los paisanos que tienen más de 30 años de no tener el privilegio como yo ahora de ver a sus hermanos, padres, o nietos. Duro, pero real.

Me hubiera gustado escuchar un mensaje como “Procura no venir, pero si lo tienes que hacer, eres bienvenido, toma tus  precauciones, disciplínate y en cuanto llegues ponte en auto cuarentena. Si vienes con síntomas acude inmediatamente al doctor y no decir No Vengas, o peor aún, como sucede en algunas poblaciones de Michoacán que bloquearon las entradas a los pueblos y ni a su pueblo les dejan entrar a aquellos que regresaron para pasar cuarentena en su tierra.

 Eso sería diferente, pero si se trata de mandar dólares… ¡mándanos todos los que puedas!,  hasta el Presidente López ha pedido que no dejemos de mandarlos. Entiendo la petición, pues las remesas hoy siguen siendo el sostén principal de más de 2 millones de familias en todo el País.

…Conmigo

Recostado en la cama donde dormí y soñé con un día conocer más allá de mi nariz, cuando era niño, luego de que vi a mi hermano hacer punta para iniciar un camino migrante en 1985. Hoy, después de ver y experimentar como migrante creo que no hay un modelo de desarrollo perfecto en el mundo ni ninguno capaz de abordar la crisis que vivimos de salud de una manera 100% efectiva.

Pienso en países dictatoriales como China, Rusia o Corea del Norte donde  sus ciudadanos se disciplinan sí o sí, o en sociedades como Japón donde la experiencia de haber pasado por epidemias como el SARS o la gripe porcina los hizo tomar con seriedad y conciencia las medidas de cuidado individuales y colectivas, sin juegos.

O países como el nuestro dónde vemos la realidad y no parecemos entender la gravedad que enfrentamos.

 Creo que esta crisis es un respiro para el planeta y para nosotros como mundo replantearnos un nuevo orden económico resiliente, solidario, que privilegie la colaboración más que la competencia, que tome en consideración también a los más pobres y garantice el acceso libre a la salud humana para todos y sin costo. Utopía sí, pero ¿por qué no? Todo es posible si vemos países que lo han logrado.

Hoy nuestros gobiernos tanto en México como en Estados Unidos tienen el reto de considerar a la clase trabajadora principalmente indocumentada que por un lado en Estados Unidos no está considerada en el plan de rescate económico para que puedan recibir ayuda por desempleo o por el paquete económico aprobado por el congreso.

 Y por otro lado estas mismas personas que envían remesas a sus familias en México y que hoy con más de 22 millones de personas que se quedaron sin empleo en Estados Unidos no podrán enviar remesas como antes y muchas familias batallaran incluso para pagar renta, servicios básicos y su propia alimentación.

 Hoy ni las Secretarias o Institutos de atención a migrantes en los diferentes estados, ni las varias iniciativas de rescate que existen en los Congresos tanto de México como en Estados Unidos, en ninguna se considera a esos héroes migrantes que por años han sostenido tantas familias en ambos lados de la frontera con su trabajo arduo y pesado.

 Los migrantes si, Héroes en el discurso y siguen siendo ignorados porque pocas personas se atreven a levantar la voz por esta gente sistemáticamente olvidada cuando a la hora de ayudarles y apoyarles se refiere.

El mundo jamás volverá a ser el mismo después de la COVID-19 ni en lo económico ni en lo político ni en lo social, será una transformación total, habrá que sacarle lo mejor a esta pandemia.

Y donde salgamos fortalecidos como raza humana y no como blancos, negros, asiáticos o africanos sino como una sola especie que privilegia el dialogo y no el debate, que privilegia la cooperación más que la competencia. Esto es posible si cada quien hacemos lo que nos corresponde a nivel individual.

Mientras en casa, disfruto de mi madre y su cocina, todo lo que prepare le queda delicioso, sea pozole, mole, carnes, caldos…cuando acabe la cuarentena no sé si voy a caber en la puerta para salir de la casa.