Cuarentena en modo jesuita

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Por: Salvador Ramírez Peña /// Ilustración /// Cath Zúñiga

¿Cómo estoy viviendo la «cuarentena»?

Puedo responder a esta pregunta como lo dice Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales en la oración del Llamamiento del Rey Eternal: “con Dios, contento y trabajando”, intentando ser humano en compañía de mis hermanos jesuitas.

El 13 de marzo pasado nos informaron las autoridades del Iteso que debido a la pandemia del coronavirus (Covid-19) los cursos del semestre continuarían en línea, por lo tanto, alumnos y profesores seguiríamos con nuestro trabajo en casa. Esto implicaba que los profesores adecuáramos nuestros cursos para que se dieran de manera virtual. Fue así que comencé el resguardo, con la consigna de quedarme en casa y de preparar mis clases y demás actividades universitarias en línea.

Actualmente vivo en comunidad con otros diez compañeros jesuitas, uno de ellos es maestro en el Iteso y los otros nueve son estudiantes.

Por ser una comunidad universitaria, aparentemente nuestras actividades en casa siguen su curso, cada uno haciendo sus deberes académicos y comunitarios propios de una casa de religiosos en formación: comenzamos el día con la oración personal y la Eucaristía, preparamos el desayuno, atendemos las clases y reuniones virtuales, preparamos la comida. Por la tarde cada quien hace sus deberes escolares. Algunos hacen ejercicio físico en casa. Por la noche preparamos la cena, tomamos un tiempo de entretenimiento (algún juego de mesa, alguna película en la TV), y finalmente, cada quién agradece en oración el día vivido y nos preparamos para descansar.

Esta es nuestra rutina de todos los días. Varía un poco los fines de semana: como no hay clases en línea, lo utilizamos para hacer los aseos de la casa y para comprar los víveres necesarios para la siguiente semana.

En realidad, estas actividades ya las hacíamos desde antes de la contingencia. Es nuestro modo cotidiano de organizar nuestra vida comunitaria.

Sin embargo, han cambiado dos aspectos: el primero, que nos estamos conociendo más y mejor. Por estar todo el día en casa, tenemos más oportunidades de coincidir en los mismos espacios y de compartir nuestras inquietudes, nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas.

Pero, también, compartir nuestros gustos, nuestros pasatiempos, nuestras resistencias, nuestro tedio. El segundo aspecto que ha cambiado, es la presencia con las personas con las que realizamos el servicio apostólico, y que son la principal razón de nuestra vida comunitaria.

Es decir, vivimos en comunidad porque compartimos una misma misión: en todo amar y servir desde la promoción de la justicia a la que nos conduce el seguimiento a Jesucristo.

Como religiosos jesuitas, el servicio amoroso a las personas vulnerables es esencial. Algunas de las actividades que estamos haciendo para seguir dando un servicio al Pueblo de Dios, desde nuestro resguardo, son las Eucaristías, las oraciones guiadas, el acompañamiento personal en línea. También vamos canalizando las demandas de personas vulnerables que nos piden ayuda hacia instituciones que puedan darles seguimiento a sus necesidades en estos momentos de contingencia.

Debido al distanciamiento social en el que nos encontramos, tratamos de ser creativos en el servicio que proporcionamos a la gente que está fuera de nuestra casa, pero todavía nos falta mucho. 

Mi cuarto tiene una ventana que me permite estar percibiendo el exterior: a mis vecinos, a los pocos transeúntes, a los árboles, a los pájaros, a los perros, al cielo, al Cerro del Tesoro, al Santuario de los Mártires.

Hay poco movimiento afuera. Y mucho movimiento adentro. Esta cuarentena me está permitiendo experimentarme, más que otras veces, vulnerable y limitado.

Dentro de mí hay un torrente de sentimientos, pensamientos, y deseos que esperan ser ordenados. Me siento en una etapa de preparación. Vienen nuevos retos que quisiera superar junto a mis compañeros jesuitas en esta mínima Compañía.

La situación que estamos viviendo es extraordinaria. Nadie la eligió. Sin embargo, agradezco estar pasando esta contingencia al lado de compañeros que me enseñan a ser humano, al modo de Jesús de Nazareth: compañeros que se dejan sostener en los momentos de desolación y que expresan con júbilo los momentos de consolación; compañeros que tratan de salir de su propio amor, querer e interés para hacer suyos el deseo de Jesús de que todos seamos uno en el Padre; compañeros que saben quiénes son y cuál es su misión, cara a cara, frente al Crucificado.

Salvador Ramírez Peña sj, presbítero de la Compañía de Jesús, maestro en el Departamento de Formación Humana del Iteso, la Universidad Jesuita de Guadalajara. 2 de abril de 2020, Comunidad Matteo Ricci sj