Reflexiones desde Júpiter

Pandemia, trabajo y esperanza

Por Gabriel Páramo

Mercurio

Ya con las dos dosis de la vacuna AztraZeneca desde hace algunas semanas, he salido un poco más de la casa. Al supermercado, la farmacia, alguna visita ocasional a una tienda. La ciudad está diferente. Muchos negocios, desde grandes hasta pequeños, están cerrados o a punto de hacerlo. Además de la sensación de abandono que produce verlo, a uno no le queda más que preguntarse dónde irán a trabajar las personas que antes lo hacían en ellos.

Están cerradas, muchas veces para siempre, tiendas de ropa y cafeterías; librerías y tiendas de regalos. Las cifras oficiales hablan optimistas de poco menos de un millón de gente sin empleo; las extraoficiales, de catastróficos 12 millones o más. Yo no sé cuántos sean, pero sí que son muchos, conozco demasiado casos.

Venus

Es también notoria la fragilidad de los empleos en México. Las violaciones a los derechos de los trabajadores en esta pandemia se han centuplicado, desde jornadas de labor extenuantes que se extienden días, noches, días de descanso, hasta obligación a laborar en circunstancias peligrosas que no toman en cuenta las condiciones decadentes de nuestros sistemas de transporte urbano.

Para los jóvenes, tampoco hay una situación prometedora. Con o sin carrera, con o sin estudios, se enfrentan a futuros muy inciertos, con muy pocas oportunidades laborales o trabajos muy mal pagado, apenas tres o cuatro mil pesos mensuales.

Tierra

La gente en las calles se ve desesperanzada y, en general, más silenciosa, más temerosa. La mayoría, bien o mal, cubren sus rostros con tapabocas o mascadas; algunas personas usan máscaras e incluso guantes, pero se les ve malhumoradas, hoscas. La gente camina deprisa, con fastidio, temiendo escuchar más noticias sobre la pandemia, accidentes catastróficos en el transporte público o sobre la plaga de homicidas seriales que aparecen en los periódicos, junto con ajusticiamientos y crímenes de todo tipo.

¿Alguna vez terminará esta pandemia? La gente va a vacunarse sin ganas, aunque masivamente, para encontrarse algunas veces con excelente atención y, otras, con inexplicables muestras de insensibilidad o simple falta de interés.

Marte

No sé si sea yo, con eso de que las cosas están más en los ojos de uno que afuera, o si de verdad la gente está más triste o desesperanzada, pero hablo con Emmanuel, el de los tacos de carnitas y los varios negocios de comida, que no puede empezar a vender nieves porque no hay empleados en las calles; o con la señora Lupita, que sufre porque le cuesta mucho trabajo mantener abierta la taquería y su papelería con fotocopias e impresiones.

En el mercadito de los domingos, curiosamente, los más afectados son los negocios de alimentación. Se han ido los tacos de cesina, los flanes, los pescaditos rebozados, las quesadillas y los sopes. Muchos de ellos eran negocios familiares donde participaban desde las abuelas y abuelos, hasta nietos o bisnietos.

Cinturón de asteroides

Mucha gente, claro, con recursos, se está yendo a vacunar a Estados Unidos porque haya hay demasiadas vacunas, lo que nos remite aunque a muchos les dé escozor, a las prácticas coloniales y de libre mercado que permiten que quienes tengan dinero tengan acceso a la saludo y, quienes no, pues que mueran.

Y como si fuera una distopía, sé que todavía hay países, continentes, cuyas condiciones sanitarias son aún peores.