Relato con pretexto de prueba COVID

Por Gabriel Páramo

Mercurio

Ciudad de México,(16-06-2022).-Yo no sé si así sea en el resto del mundo, pero qué manía tenemos los mexicanos con madrugar. Para todo, las citas son en la madrugada, ya sea para recoger leche, para inscribirse a una escuela, para el festival del día de las madres o para una cita médica. Si los pacientes son niños, ancianos o enfermos de cualquier índole, mejor; así, la gente sale según sus alcances económicos, enfundada en ropa térmica y chamarras de pluma de ganso, o cubierta con cobijas de algún bebé nacido hace 35 años. En la Ciudad de México, donde generalmente las mañanas son frescas o frías, aunque después suba la temperatura a 28 o 29 grados (lo que para nosotros los chilangos es como la antesala del infierno), por gracia de los cambios de horario casi todo el año las 6 de la mañana son todavía la noche.

Venus

En estas estaba, precisamente, agobiado por las noticias de la guerra en Ucrania, la delincuencia organizada y no en México, el fin de semestre escolar y otros asuntos, cuando la amenaza del covid asomó su sonriente rostro por la hipotética ventana de mi conciencia. Gente en la universidad donde trabajo anunció histérica y falsamente que estaba enferma de la pandemia, por más que luego tuvieran que decir que siempre no, y algunas personas cercanas con las que mantuve contacto salieron positivas en sus respectivas pruebas, por lo que consideré prudente (palabra un tanto extraña en mí) ir a revisar si estaba infectado.

Tierra

Por mandato de una ligera hipocondria, yo había estado sintiendo síntomas intermitentes de la temible plaga. Un poco de dolor de garganta al despertar, cansancio, ligero escurrimiento nasal y tos, lo que sumado a la paranoia, habían formado un cuadro bastante preocupante. Así, me armé de valor y desde el sábado al mediodía, que tomé la decisión, sufrí eso de que el cobarde padece su muerte muchas veces (o algo por el estilo), mientras me preparaba mental mente para ir al Centro de Salud “Dr. Ángel de la Garza Brito” en los rumbos altos de la Magdalena Contreras, ¡a asombrosos seis minutos a pie de mi casa!

Marte

Así, el lunes me levanté al cuarto para las seis de la mañana, me vestí y me preparé física y mentalmente lo mejor que pude y salí todavía oscuro a las calles mojadas por la tormenta nocturna y empinadas. Llegué con las primeras luces (he de reconocer que amanece rápido) y, como esperaba, había una cola larguísima, que daba la vuelta a la manzana y nadie sabía nada. El guardia de seguridad, malhumorado y seguramente desvelado, con eso de sus turnos de 24 horas, iba pastoreando más o menos con cierto éxito a las personas para que se dirigieran a incontables subfilas. Como buen mexicano, pregunté a la gente de la cola si era para las pruebas covid (esto último hay que leerlo como susurro) y cuando no me supieron contestar, encargué mi lugar a un joven con muletas y pierna enyesada, me acerqué a la puerta y la pregunté al policía desvelado.

Cinturón de asteroides

“¿Prueba covid? Espérese por acá”, me informó. Me esperé por allí hasta que un rato después otra señora le preguntó lo mismo; el poli, a su vez, fue a preguntar y nos pasó al patio del centro de salud. Nos hizo sentarnos separados a una señora y a mí, y así fue formándose una de nuestras bienamadas colas mexicanas. Pasó poco más de una hora. Vimos juntarse gente para la consulta general, observamos que les daban jabón líquido y los obligaban a lavarse las manos; fuimos testigos de que se acabaran las fichas y les recomendaran “vengan mañana, pero más temprano”; repasamos el trabajo de las empleadas de aseo, de una compañía perteneciente al outsourcing, sistema que supuestamente ya no existe, y nos congratulamos con la llegada del primer técnico, un joven que iba fajándose la camisa y se santiguaba repetidamente en un altarcito.

Júpiter

Como a las 9 y media nos volvieron a formar unos metros más adelante, nos dieron instrucciones tales como no quitarnos el cubrebocas y desinfectarnos las manos; caminamos unos metros por un pasillo interior bastante estrecho, y allí otro técnico nos dijo que teníamos que darle fechas y marcas de las vacunas anteriores y preguntó que quiénes eran asintomáticos, porque solo iban a atender gente con síntomas. En ese momento, aumentaron los tosidos y las quejas, por lo que nos informó, luego de breve ausencia, que solo por esa vez nos iban a hacer la prueba a todos porque ya habíamos esperado mucho (faltaba más, solo fueron casi tres horas), y empezamos a pasar uno por uno a dar nuestros datos personales.

Saturno

Habíamos pasado siete personas cuando llegó un técnico más y empezó de nuevo a pedir los datos. Discutieron el primero con el segundo, vieron dónde se habían quedado y, por fin, a las 10 de la mañana pasaditas (como decía mi mamá) empezaron con las pruebas. La toma de muestras fue profesional, ligeramente dolorosa y rápida; luego, nos mandaron a esperar los resultados donde habíamos hecho la fila original, lo que provocó que hubiera un poco de confusión entre los que salíamos y los que aún esperaban, que inexplicablemente habían aumentado mucho. Minutos más tarde salieron a entregar resultados, voceando por nombre y añadiendo “negativo”, salvo en algunos casos, en los que solo decían el nombre y dirigían a la persona una mirada ominosa.

Urano

Después de madrugar y de un tiempo efectivo de atención, contando la espera por el resultado, no superior a los 30 minutos, dediqué, junto con decenas de personas unas tres horas y medias para la realización de la prueba. La atención fue bastante buena, los consejos de los técnicos eran atinados e, incluso, sus reconvenciones, cuando fueron necesarias, se mantuvieron en la línea de lo didáctico. Mi resultado negativo, que implica entre varias situaciones, que no podré hacerme de nuevo la prueba gratuita en al menos 14 días, me animó un poco, aunque siempre me queda el temor de los viajes en transporte público, principal fuente de posibles contagios por las aglomeraciones en esta ciudad.