Reflexiones desde Júpiter

Por Gabriel Páramo

Ciudades que se disuelven

Mercurio

Roberto Fuentes Vivar, periodista que fue mi compañero en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, hace casi medio siglo, escribe un texto sobrio y triste sobre la desaparición del Sanborns de San Ángel, lugar icónico de la capital durante decenios. A pesar de que la cadena dice que no es cierto, que abrirán cuando regresemos a la normalidad, la tristeza y desasosiego permanecen, pues casi cada día me entero de que otro pedazo más de mi ciudad se desvanece.

Hablo de la Ciudad de México, donde nací y he vivido gran parte de mi existencia, porque es la que conozco, pero sospecho, intuyo, lo mismo ocurre con muchas otras poblaciones del país. Los lugares se van desdibujando hasta dejar de ser ellos mismos.

Esta degradación es particularmente notoria en el espacio público. Las casas y edificios dejan su lugar a monstruosos conglomerados de ciencia ficción anónimos, aplastantes, que convierten a la gente en las proverbiales hormigas anónimas dominadas por un paisaje que cada vez es menos suyo, en un paisaje dominado por superconstrucciones.

Venus

Las ciudades mexicanas cada vez cuentan con menos espacios para caminar. Las banquetas, lo mismo en Zacatecas que en Oaxaca, en la Ciudad de México que en Pachuca, se hacen estrechas, se llenan de mobiliario urbano o vendedores; los parques sufren el abandono o se rehacen como espacios preciosistas donde no se puede jugar a la pelota ni pasear a los perros, porque los jardines quedan cercados al gusto de televisoras, presidentes municipales o industriales del turismo.

Los ciclistas, que se han convertido en una fuerza urbana importante, se ven abrumados por la realidad del automóvil y su superioridad casi avasalladora. La semana pasada, en Monterrey, un automovilista mató a una joven que iba en su carril, con equipo de seguridad. La mató porque él iba en camioneta, a exceso de velocidad y. simplemente, no le pareció importante. Y como ella, otros ciclistas y peatones mueren o quedan heridos. Las ciudades no son para ellos, son para los autos.

Tierra

Uno de los recuerdos más profundos que tengo de mi niñez son las larguísimas caminatas cotidianas que hacía con mi papá y mis hermanos. Él, en los paseos dominicales, nos preguntaba si estábamos cansados y le respondíamos que no; luego de recorrer 20 kilómetros a pie; nos daba a escoger entre refresco o autobús y siempre elegimos el refresco. Traté de reconstruir uno de esos paseos hace poco. A menos que estés dispuesto a cruzar viaductos, puentes y avenidas de 50 metros de anchura, es imposible hacerlo.

Y no, no se trata de pensar que todo tiempo pasado fue mejor, ni de mirar con nostalgia lo que se ha ido.  Juan Carlos López Rúa, de la Universidad de los Andes, en Venezuela, asegura en un texto que no reconocer el derecho al espacio público: “ha favorecido la exclusión, la pérdida de identidad comunitaria y comunicación, la segregación, la carencia de monumentalidad y belleza, movilidad y accesibilidad, la privatización, la fragmentación e inseguridad. Además, limita la práctica del deporte y la recreación, e impide la participación. Sin espacio público, no hay democracia, calidad de vida, igualdad ni solidaridad; se degenera la pedagogía de la alteridad”.

A sus 86 años mi papá, periodista y profesor universitario, añora desde lejos la Ciudad de México donde nació y creció. “Ya sé que tal vez ya no sea bonita, que ya no es como la recuerdo, pero es mi ciudad, el lugar donde están mis recuerdos”, afirma con nostalgia.

Marte

Las ciudades deberían gestionarse desde abajo, los pobladores deberían poder decidir qué quieren, qué necesitan, qué les gusta.  Tal vez, en el caso del Sanborns con el que comencé, sea poco lo que pueda hacerse ya que es un lugar privado, pero sí hay mucho qué hacer con los lugares públicos.

La joven periodista Yadira Lira, quien viviera muy cerca del zócalo capitalino, comenta: “luego que dejé de vivir allí, vino el temblor, se cayeron muchas cosas; me sentí muy triste, como si el centro me diera la espalda y la ciudad me cerrara las puertas. Luego, ahorita con la pandemia, sentí como que ya nada va a ser igual. Cuando salgamos de nuestras casas nos encontraremos con un México nuevo, desconocido”.

Cinturón de asteroides

Las ideas de superurbanización ahogan a las personas. El español Francisco Segado-Vázquez, de la Universidad Politécnica de Murcia, España, señala en un texto: “El arquitecto argentino Luis J. Grossman, en su columna del diario La Nación, «Arquitextos», realiza un alegato a favor de la «vuelta al barrio». En él advierte del problema ocasionado por la pérdida de identidad de los barrios y la urgente recuperación por parte de sus residentes del sentido de pertenencia a su espacio más próximo”. Muy seguramente, en México nadie está escuchando este llamado.