Manuel Pérez Miranda, PROFESOR

Manuel Pérez Miranda, al lado de Vicente Leñero.

Por Gabriel Páramo

Un manotazo duro, un golpe helado

Un hachazo invisible y homicida

Un empujón brutal te ha derribado

“Elegía” (Miguel Hernández)

Ciudad de México,(04-03-2021).-Conocí a Manuel Pérez Miranda en 1975, año en que ingresé a la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. No puedo decir que haya sido mi primer contacto con la institución, ese fue el maestro Ismael Hernández Pacheco de tan sentida memoria; tampoco, que haya sido la personalidad más impactante, lo que sin duda correspondería por antonomasia al gran poeta y periodista Alejandro Avilés. Tampoco puedo recordarlo como mi primer maestro.

Sin embargo, no pasaría mucho tiempo para que sus clases de redacción en primer semestre me hicieran sentir por primera vez en mi vida la emoción del periodismo, el placer de contar historias y, también, el poder de transmitir la realidad y los pensamientos a las demás personas. Ese descubrimiento se lo debo innegablemente a ese profesor estricto y justo, quien antes fue meteorólogo de la fuerza área.

Amigo de Vicente Leñero, de Ernesto Ortiz Paniagua, de nuestro jefe José N. Chávez González, Manuel Pérez Miranda, por encima de cualquier otra virtud tenía el don de la enseñanza. En mi caso, me mostró la forma de describir, de contar historias, de poner al lector en el centro de nuestro escrito para que vea el mundo a través de nuestros ojos.

Poco más tarde, una vez más por la recomendación de mi gran amigo Fidel Samaniego, entré a trabajar en la revista Señal, dirigida por José N., en la redacción que compartíamos Ernesto Ortiz Paniagua, Domingo Álvarez Escobar y Manuel Pérez Miranda cuya función era muy rara. Recortaba las tiras cómicas y chistes de otras revistas, particularmente La Vie Catholique, de donde sacaba las aventuras de un ángel llamado Serafín y las traducía del francés, adaptándolas muchas veces para bromear de manera inocente sobre mí o alguna otra persona.

Confieso que siempre me pareció desconcertante que una persona con la habilidad del profesor Pérez Miranda para la enseñanza de la redacción y de los géneros periodísticos (su libro Entrevista en prensa aún me parece insuperable), casi no escribiera. Décadas después supimos que no es que no escribiera, sino que prácticamente no publicaba. No obstante, su crónica en la que se caracterizó de mendigo y anduvo por la calle de Rosales, publicada en Mil semanas de Señal en los años 70 del siglo pasado, se puede leer con interés y la certeza de que estamos ante un ejemplo depurado del mejor periodismo testimonial posible.

Mientras que Pérez Miranda y Fidel Samaniego compartían una pasión por las corridas de toros que a mí me parecía delirante, a mí francamente no solo no me gustaban, sino que me parecían bárbaras, carentes totalmente de sentido, y las veces que fui a las plazas con Samaniego solo fue para terminar estúpidamente borracho de manzanilla o vino tinto. Referente a eso (las corridas, no las aventuras etílicas) recuerdo que en la materia Crónica, Manuel me pidió que con mi equipo hablara sobre las corridas de toros. Me acompañaron a hacerlo una muchacha que odiaba los toros y un compañero chiapaneco que jamás había ido a una corrida.

La exposición se meció entre el absurdo y la farsa. Pérez Miranda, cada vez más enojado, escuchaba lo que seguramente se le figuraban casi blasfemias mientras que Samaniego, que había ido a dar apoyo moral, trataba de escabullirse del salón. Al final de la exposición, el maestro no me dirigió la palabra. Días después vi que nos había dado buena calificación. Fidel me contó que Pérez Miranda le había confiado que se había visto tentado a reprobarme, pero como no había mentido y la historia estaba bien contada, no le quedaba otra que ponernos 10.

El tiempo pasó. Dejé Señal y eventualmente terminé la carrera. Desde entonces, mi relación con Pérez Miranda fue haciéndose mucho menos cercana, aunque jamás menguó mi admiración y gratitud hacia él por haberme enseñado a escribir periodísticamente. A lo largo de todos estos años, hubo momentos de cercanía, como cuando me confirió el honor y la confianza de ser uno de los lectores de su libro en preparación sobre crónica periodística, y escuchó mis sugerencias, aunque no aceptara todas.

Gracias también a Manuel Pérez Miranda empecé, a finales de los años 90, a impartir clases en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, de la que fue director en dos periodos. Él, más que nadie, me brindó la oportunidad de crecer en mi alma máter, donde fui docente durante dos décadas.