Las terribles ciudades mexicanas

Por Gabriel Páramo

Mercurio

Ciudad de México,(13-05-2022).- Las ciudades de México son una tortura urbanística. En las grandes, hay que subir y bajar interminables escaleras, muchas veces mal iluminadas, construidas por alguna secta de arquitectos creyentes de que los elevadores y las rampas son para flojos y que el andar urbano debe estar salpicado por sufrimiento y lamentos. Si las ciudades son pequeñas, tal vez no haya tantas escaleras, pero sí callejones, calles empedradas y cruces peligrosos, colocados para poner a prueba las habilidades de supervivencia de las personas. ¡Ah! Y en absolutamente todos los casos, las banquetas están plagadas de autos estacionados, puestos, mobiliario urbano y doméstico, árboles con las raíces salidas o miles de formas más listas para quebrar una pierna o de plano, la cabeza, a quienes transitan por ellas. Y eso, cuando hay, pues en muchas zonas, ricas o pobres, gentrificadas o tradicionales, las banquetas simplemente no existen. O en muchas en los alrededores de grandes plazas comerciales, han puesto rejas, maceteros y otros obstáculos solo porque se ven bonitos (e impidan que la gente afee sus chulísimas instalaciones).

Venus

Hace unos días, caminaba por una calle en el sur de la CDMX. Unas personas, evidentemente privilegiadas, tomaban fotografías de unos sombreros afuera de su negocio. Los sombreros estaban colocados en una banca de madera (que, por supuesto, hacía que la banqueta se estrechara) y ellas se habían extendido por el resto de la vía, sin importarles que estorbaran el paso de un anciano con su hija, que iban delante de mí; de una madre con su hijo pequeño y de mí mismo, que ando a la mitad de la sexta década. Además, las emprendedoras, güeras y jóvenes, se indignaron cuando, amablemente, les pregunté si no podían estorbar aún más. Ya en otra ocasión tuve que acompañar a una persona al servicio médico de urgencia, donde tuvieron que hacerle radiografías y arreglarle un esquince en el tobillo, todo por culpa de un grupo de personas afuera de un bar del que habían salido para fumar estorbando todo el paso de la banqueta y, además, molestándose cuando se les pedía que dejaran pasar. Tontos de nosotros, claro, que no nos dábamos cuenta de que la banqueta les pertenece a ellos solo por el hecho… ¿de ser ellos?

Tierra

Mención especial merecen, desde mi punto de vista, los ciclistas. No precisamente porque sean los peores o los más peligrosos, evidentemente no lo son; los conductores de vehículos motorizados suelen ser una amenaza más evidente y elevada que ellos, sino porque en cuanto suben a sus bicicletas, muchos de ellos parecen olvidar todas las quejas, justificadas, que tienen acerca de la violencia vial que sufren, y la vuelcan sobre los peatones. O será que algo en los vehículos con ruedas, desde el carrito del súper que va golpeando a los demás clientes (reconozco que yo lo he hecho) hasta el remolque de 18 ruedas, que hace que el conductor se vuelva un simio con rabia. Lo real es que los ciclistas olvidan que sus bicicletas también tienen freno y las dirigen contra los peatones, sin discriminar género, edad o condición, que osan estar frente a ellos, sin importar que estén bajando de un microbús o que ellos, los ciclistas, estén circulando por la banqueta.

Marte

Así, el peatón común y silvestre tiene, en las ciudades mexicanas, caminar por el arroyo vehicular porque las banquetas son para cualquier otra cosa menos para transitar por ellas; debe subir y bajar escaleras interminables porque las escaleras mecánicas no sirven, las están reparando desde la última glaciación o, simplemente, no existen y utilizar los poquísimos elevadores que hay en el transporte público es más difícil que sacarse el Melate, los Pronósticos y el Sorteo TEC en la misma semana. Y, todavía, debe soportar que lo tachen de flojo o irresponsable cuando prefiere arriesgarse a cruzar las calles entre los automóviles que subir escaleras mal diseñadas y angostas y pasar por puentes elevados, donde se sabe que suele haber ladrones. No exagero, la mamá de una amiga fue asaltada, al salir del Centro Médico La Raza (CDMX) en tres ocasiones consecutivas tratando de llegar al transporte público luego de visitar a una pariente enferma (y todos esos asaltos en cadena fueron, precisamente, en los pasos peatonales).

Cinturón de asteroides

Las ciudades van perdiendo su vocación ciudadana y esto es más visible en poblaciones de países en desarrollo, como el nuestro, que muchas veces aspiran a vivir como en Europa, o peor, como en Estados Unidos, pero solo copiando los patrones de consumo e individualismo y olvidando la esencia democrática y popular de la vida en sociedad. En fin, cierro esta colaboración porque tengo que bajar escaleras, caminar largos pasillos, subir otras escaleras y viajar en transporte público para llegar a casa (y el transporte público es otro tema terrible del que hay que hablar).