La lucha de Octavio Paz por evitar la pobreza acabó en el DIF

*Por Julián J. Hernández/// Ágora Digital

Nació en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914; era un niño rollizo y de ojos azules. Sus padres, Josefina Lozano y Octavio Paz Solórzano, celaban sus noches. Después, el papá amargaría su infancia.

Ante las amarguras, como es sabido, las personas se vuelven blandas o tenaces; al niño Octavio lo fortalecieron. Esto fue providencial ya que le esperaban numerosas fatigas. Y comenzó a tenerlas a los cinco años.

Habiéndose trasladado a Los Ángeles, California, donde su papá era representante del dirigente campesino Emiliano Zapata, el pequeño Octavio se cruzó en el colegio con niños que le hablaban en inglés. Queriendo pedir una cuchara (ha contado él), la apuntaba con el dedo, la decía en español y todos reían. “¡Spoon!” “¡Spoon!”, le gritaban. Para callarlos, agarró a trompadas a algunos. Luego aprendería el idioma.

Así, padre, madre e hijo regresaron a México en 1919. Sufrirían apremios y otras carencias. Por deudas, perdieron la casa familiar de Mixcoac en 1924. “Desde antes de que se muriera su papá, hubo problemas económicos”, declaró Ángel Gilberto Adame, su más reciente biógrafo.

Hacinados en un lugar pequeño, el niño Paz vivió rodeado de su mamá, doña Josefina; su tía, Amalia Paz, y su abuelo, Irineo. Todos menos uno: su progenitor; éste era un abogado, periodista y hombre brillante, muy sociable, con un estilo de vida casi de soltero.

Como los chismes volaban por la ciudad, el joven Octavio y su familia debieron tragarse los cuentos que circulaban del papá sobre sus corridas de madrugada, sus conquistas amorosas y sus borracheras heréticas. Aquello no podía durar.

En efecto, terminó en 1935 pero de forma trágica: un tren descuartizó al célebre abogado, cuyos restos quedaron esparcidos en las vías. Octavio hijo  y su mamá recogieron los despojos. Se pensó que había tropezado a causa de la embriaguez; también, en un asesinato. Prevaleció, al final, la primera causa.

Por los antecedentes y las relaciones del difunto padre, la familia apoyó al joven a cursar la carrera de Derecho; al propio Octavio le habrá parecido sensato. Al entrar en la UNAM en 1932, nadie sospechaba lo que el estudiante guardaba en su interior.

En realidad, el universitario amaba la literatura, leer novelas, ensayos, poemas, lo menos útil que pueda concebirse en el Tercer Mundo. En tanto, sus parientes hacían ovillos para pagar las cuentas.

El virus de las letras superó al sentido común, y Octavio comenzó a escribir poemas, a fundar pequeñas revistas y a frecuentar escritores. Como tenía talento, y pronto se lo reconocieron, antepuso las tertulias a las clases.

Publicó a los 19 años Luna Silvestre, y después ¡No Pasarán!, Raíz de Hombre y Bajo tu Sombra Clara y Otros Poemas. En ese momento se hizo Octavio Paz, el escritor. En su casa, lo suponían en el aula y sus tareas. Sin embargo, el hijo de doña Amalia nunca terminó la licenciatura.

En 1937, orillado por la necesidad, el novel poeta aceptó un trabajo como maestro de secundaria en Yucatán. En una carta a su novia, Elena Garro, calificaba su salario como “una miseria”. Ahí contempló, estupefacto, la pobreza de los indígenas y los trabajadores del henequén. Quizás también pensó en la suya o, al menos, en su fragilidad personal. Al recordar aquellos tiempos, escribió un poema con una frase elocuente de su malestar económico: “El dinero es la araña y el hombre, la mosca”.

En ese mismo año, se casó con la señorita Garro; juntos acudieron al II Congreso Internacional de Intelectuales para la Defensa de la Cultura en Valencia, España. Por primera vez, se mezcló con lo más granado de la literatura y unió su voz a la de los defensores de la República Española. Su fama comenzaría a ascender.

El problema, sin embargo, no era escribir bien sino ganar dinero. Trabajó sucesivamente como redactor, maestro y ayudante de administración; todos resultaban insuficientes. Al fin, en 1938, consiguió un empleo estable, prestaciones y derechos incluidos, en la Comisión Nacional Bancaria; ganaba 250 pesos mensuales. Una de sus funciones, irónicamente, era quemar billetes en mal estado o descontinuados.

En 1939 nació Helena, su única hija, y se mudó varias veces con su familia a diferentes viviendas para ajustar su presupuesto. Octavio Paz ya era un escritor reconocido pero infeliz en la vida privada. Sentía cómo lo secaban por dentro los apuros y la rutina.

Pero era duro; sobre todo, persistente. Estaba decidido cambiar su suerte, y eso aconteció en 1943. Tras presentar una solicitud, obtuvo la beca Guggenheim para cursar estudios en Estados Unidos. Dejó el empleo bancario y se mudó a San Francisco, California. Allá,  descubrió que la adversidad lo seguía como su sombra; apenas podía vivir con el subsidio de 165 dólares mensuales. Todo era caro en la Unión Americana. Entonces, consiguió un puesto de tercer nivel, de mecanógrafo, en el consulado mexicano. La suma de ambos le concedió un respiro.

Sin imaginarlo, comenzaba la etapa de tranquilidad tanto tiempo buscada. En los años siguientes, pudo alcanzar mejores puestos en diversos consulados en Estados Unidos. Después, lo enviaron sucesivamente a Japón, Berna y París; en algunas cartas volvía a quejarse de sus pocos ingresos. Pero, en 1962, le llegó el nombramiento de embajador en la India. A partir de entonces, no conocería más escasez.

Octavio Paz se divorció de Elena Garro en 1959. Más tarde, en 1964, se casaría con la francesa Marie-Jose Tramini. La pareja no tuvo hijos.

En la India, disfrutó del tiempo  y la calma para crear una escritura más depurada, estricta y brillante. Su enorme talento le abrió las puertas de Europa y Norteamérica. En México, los hombres más ricos procuraban su trato, como Juan Sánchez Navarro, Emilio Azcárraga II y Carlos Slim. Ahora, a donde quiera que viese, lo rodeaba la abundancia.

Y cayeron los premios en sus manos: Miguel de Cervantes (1982); Nobel de Literatura (1990) y Príncipe de Asturias (1993). Por el primero, recibió diez millones de pesetas; por el segundo, 700 mil dólares; por el tercero, cinco millones de pesetas.

“En la semana del Cervantes, las ventas pueden aumentar un 200 y hasta un 300 por ciento”, han dicho los editores. Esta presea, se entiende, es la consagración en Hispanoamérica. Otorga “mucho prestigio, bastante dinero y unos cuántos lectores”, según Pilar Reyes, de editorial Alfaguara.

Atacado por el cáncer, Octavio Paz murió en abril 1998. Cuatro meses después fallecería Elena Garro, su primera esposa. Helena Paz, la hija de ambos, lo hizo en 2014. Ninguna de ellas heredó su patrimonio, bastante respetable al final de sus días.

Dos propiedades (una en Polanco y otra en la delegación Cuauhtémoc), cuentas bancarias, derechos de autor, pinturas, obras de arte, el caudal de su vida paró en Marie-Jose Tramini o Marie Joe, su segunda esposa. Con rigidez de celador, la francesa no permitía a nadie tocar las cartas o manuscritos de su marido. Cualquier reedición se renegociaba con ella, y citar al Nobel, así fuera atribuido correctamente, requería su consentimiento.

Asilada, sola y desconfiada, Marie Joe murió en 2018 sin precaver un testamento. De ese modo, los bienes adquiridos por Octavio Paz con tanto esfuerzo, tantas mudanzas y tantos sacrificios, quedaron en nadie.

BUSCANDO HEREDERO UNIVERSAL

En España, los herederos del poeta Antonio Machado pudieron recibir regalías de su obra, nombre e imagen durante 80 años. Puede inferirse que rindieron grandes beneficios. Machado es, posiblemente, el escritor español más famoso del siglo XX. Este año, justamente, vencieron los derechos y pasaron al dominio público.

Tan famoso como Machado, Octavio Paz es el escritor más reconocido en México, pero nadie se beneficia de su autoría.

Para enmendar esta aberración, en 2018, el escritor Fabrizio Mejía propuso desde la plataforma Change.org declarar patrimonio nacional toda la obra, bienes y archivos de Octavio Paz, incluidas sus propiedades. Se atendió la petición, y el 1 de octubre de 2019 el Juzgado 19 de lo Familiar nombró heredero al sistema DIF de la Ciudad de México.

Lo que diré a continuación tiene poco de cultural: es necesario que toda la iconografía de Octavio Paz (fotos, videos, caricaturas, autógrafos) quede debidamente registrada en el Instituto Mexicano de Propiedad Industrial (IMPI). Incluso la voz debe protegerse de explotación o lucros ilegítimos.

En México, para darnos una idea de los derechos violados a sus herederos, hay docenas de escuelas privadas “Octavio Paz” que cobran por enseñar o validar  estudios. También, habrá que revisar algunos festivales ligados a su obra o su nombre. Recuérdese que lo usan como marca; es un anzuelo, un imán de seguidores.

En esa protección, se deben incluir las entrevistas y conferencias publicadas en Youtube. Es hora de monetizar esas reproducciones. Hay incluso fraccionamientos  “Octavio Paz” en Zacatecas y Nuevo León que a nadie le rindieron cuentas o consultaron.

Queda, sobre todo, el copyright de casi 30 libros con títulos traducidos a varios idiomas. En otras palabras, hay recaudación a futuro.

A diferencia de la obra de Machado, con derechos ejercidos en ochenta años, los de Paz durarán un siglo; finalizan en 2098. Ningún descendiente, lejano o directo, ni amigo íntimo, verá un peso, como sí lo hicieron familiares del lírico español.

Los ahorros arrancados con desvelos desde aquel trabajo en Yucatán en 1937, hasta buena parte del premio Nobel de 1990, entre otros peculios, se emplearán en ayudar a los niños más pobres de la Ciudad de México, a través del sistema DIF.

*Con información de Octavio Paz, El Misterio de la Vocación, de Ángel Gilberto Adame, ed. Aguilar.

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