La ciudad que dormita en el coronavirus

Texto y Fotos: Melina González/// Ágora Digital

  • La cuarentena llegó. El lunes 16 de marzo, al mediodía, en una decisión histórica, la alcaldesa de la ciudad, acompañada del gobernador de California y del presidente de Estados Unidos, declaró la cuarentena para San Francisco.

“If you’re goin’ to San Francisco
Be sure to wear some flowers in your hair
If you’re goin’ to San Francisco
You’re gonna meet some gentle people there

For those who come to San Francisco
Summertime will be a love-in there
In the streets of San Francisco”

Scott McKenzie.

San Francisco, California.- Un impensable silencio se escucha en todas las avenidas, siempre, ruidosas. Las empinadas calles de las colinas que rodean y atraviesan la ciudad, lucen vacías. Las campanadas que anuncian el paso de los históricos trolebuses, cada vez, se van escuchando más aisladas. Poco a poco, la ciudad, se va sumiendo en el silencio.

Hace menos de 24 horas, el panorama, era distinto. Gente inundando las calles, que, apresurada, se movía de un lado a otro; caminando o conduciendo, se abrían paso entre decenas de personas, con similares intenciones, en búsqueda de tiendas y farmacias que les suministraran los insumos para hacer frente a la cuarentena, decretada horas antes, para tratar de frenar los contagios por Coronavirus,  en una histórica decisión, para la liberal California y más, para San Francisco.

A unas horas de haber entrado en vigor, por una estadía de tres semanas, como menos, la ciudad se ha ido apagando. Sus pletóricos barrios de turistas, visitantes y habitantes, lucen como pequeños pueblos fantasmas. Sólo unos cuantos comercios siguen abiertos. Los restaurantes, únicamente tienen servicio para llevar y, los cafés, igual.

El Vesubio café, el histórico bar  en el que pasaban infinitas tardes de camaradería Kerouac, Ginsberg, Burroughs y otros integrantes de la Generación Beat, cerró sus puertas. El mural pintado en una de sus paredes, en honor a la paz y la libertad, ya no tiene quien le prenda velas, como ritual simbólico de que esas llamas, jamás se deberían de apagar.

Para North Beach, Japantown, Fishermans Wharf, Union Square, Nob Hill y Chinatown, entre otros más, el invierno, se ha prolongado. El constante bullicio de estos históricos sitios, reconocidos mundialmente, ha sido obligado a silenciarse, en espera de volver a  florecer, al igual que el resto de medio mundo, con el arribo de la primavera.

Las primeras noticias sobre el Coronavirus comenzaron en enero, casi un mes después de haberse registrado los primeros brotes en la ciudad china de Wuhan, en la provincia de Hubei, cuna de la pandemia.

No obstante, durante varias semanas, el mundo se olvidó del Covid-19, pero éste, de Wuhan, no. De diciembre a febrero, según reportó el New York Times, se registraron más de 48 mil casos y 1 mil 310 de muertes; por semanas, el gobierno de China informó sobre la desaceleración de la epidemia, no obstante, a inicios de febrero, la cifra que dio a conocer, cambió drásticamente, luego de que la Organización Mundial de la Salud, advirtiera que, en 14 días, se habían registrado  4 mil 800 casos nuevos y 116 muertes más.

Para ese entonces, el virus, ya se encontraba lejos de casa. Viajando como polizonte en aviones y barcos: llegó primero a Japón y Corea del Sur, después, a Australia y, luego a Europa, especialmente a la península Ibérica, de ahí, en cuestión de días, llegó a Estados Unidos y Canadá. Avanza, ya, hacia México y América Latina.

Durante ese tiempo, el mundo, febril, se sacudía por otros problemas: el conflicto bélico entre Estados Unidos e Irán, la violencia en México, las protestas en Chile y otros países de Latinoamérica; en Europa, la crisis de refugiados y, en Australia, los devastadores incendios, fueron el cuerpo enfermo idóneo que el  Covid-19 encontró, para comenzar la infección.

En un país en el que son constantes los ataques de índole racional y, en una ciudad, como San Francisco, históricamente reconocida por sus tintes liberales, cuna del movimiento hippie, resultó imposible e impensable, comenzar a restringir vuelos entre China y Estados Unidos, como algunos expertos comenzaron a sugerir.

No obstante, en días, el Covid-19, se anunciaría; después del desfile por motivo del inicio del año lunar chino, evento al que acudieron, como cada año, miles de personas, comenzaron a difundirse los primeros casos de infectados en el área. Mientras que, del otro lado del mundo, en China, los contagiados superaban los 80 mil y, 2 mil, los muertos.

En cuestión de días, las notas que esporádicamente daban cuenta los medios de comunicación sobre pacientes infectados por el coronavirus, comenzaron a pasar de ser secundarias, a estar en las portadas, de manera más recurrente. Todos los primeros contagios, se informó, eran de personas que habían viajado a China y Europa.

En un par de días, los casos sospechosos se triplicaron. London Breed, alcaldesa de la ciudad, realizó el primer anuncio: se realizaría un barrido epidemiológico en algunas partes de Chinatown y, otros condados del área de la Bahía de San Francisco en donde se identificaron los pacientes.

En redes sociales, el tema comenzó a explotar. El mundo, comenzaba a cuestionar la pasividad con la que los gobiernos lo atendían. Denunciaban también, el tratamiento que con tintes xenofóbicos se le daba, además, en redes, aparecieron teorías conspirativas que cuestionaban su existencia, mientras que otras, aseguraban, se trataba de una cortinilla para imponer un nuevo orden mundial y/o, restar importancia a otros temas políticos.

En una ciudad santuario para los inmigrantes indocumentados, en donde la mayoría de los pobladores apoyan la migración, el matrimonio igualitario y repelen los actos que consideren, coartan la libertad, en todas sus manifestaciones, el primer golpe llegó el 25 de febrero, cuando la alcaldesa, declaró el estado de emergencia, pues el número de contagios iba en aumento y, la transmisión, era ya intracomunitaria.

Aún así, la ciudad y sus moradores, se resistieron. Por un par de semanas más, aguantaron los embestidas mediáticas que daban cuenta de la devastación que se generaba, en varias partes de Europa, Italia y España, principalmente, a causa de los altos números de contagios.

A inicios de marzo, la Organización Mundial de la Salud elevó, por primera vez en los últimos 11 años, a nivel de pandemia, el brote de Covid-19, virus que si bien, no presenta los niveles de mortandad más altos, sí altas tasas de contagio, lo que comenzó a colapsar los sistemas de salud en el mundo.

Chinatown, fue el epicentro del quiebre en la ecuánime San Francisco. Los comercios, antes abiertos hasta pasadas las 10 de la noche, comenzaron a cerrar horas antes, por la falta de clientes. De los pocos turistas que aún recorrían sus bellas y exóticas calles, sobresalían, más, los cubre bocas y guantes, que las cámaras fotográficas.

La poca credibilidad que el gobierno en turno tiene en gran parte de la población en San Francisco, principalmente entre los más jóvenes, motivó el poco impacto que tuvo la declaración de emergencia que realizara el gobernador de California, Gavin Newson.

En semanas, los casos positivos en el país habían superado la centena, y, las muertes, la decena. La mitad de ellos, se concentraban en California y, la gran mayoría, en San Francisco y condados aledaños.

Con más de 100 mil casos confirmados en todo el mundo y más de 5 mil muertes, el mundo, comenzaba a tomarse en serio la pandemia. En la ciudad, las actividades habían permanecido normales, la vida diurna y nocturna, aún, gozaba de pletóricos eventos.

No obstante, el sismo llegó el 11 de marzo. El presidente, Donald Trump, decretó la suspensión de vuelos comerciales hacia y de Europa; la réplica, se sintió horas después, con el anuncio, por parte de la NBA, una de las ligas de basquetbol más importantes del mundo, de la suspensión de los juegos de la temporada.

Al día siguiente, el miedo, llegó. Las filas en los supermercados, comenzaron. Latas de comida, papel higiénico, agua, vitaminas y frutas, comenzaron a volverse productos difíciles de encontrar.

Los niños, pese a estar sin clases, tras la suspensión total de éstas, dejaron de verse por las calles, al igual que los adultos mayores, quienes se confinaron voluntariamente en sus casas. Los rostros sonrientes, dieron paso a expresiones de angustia, de agobio. Las noticias, por la propagación del virus, inundaron las redes y los hogares: había llegado ya, hasta a las corporaciones policiacas y estaciones de bomberos. Nadie, estaba ya a salvo.

La cuarentena llegó. El lunes 16 de marzo, al mediodía, en una decisión histórica, la alcaldesa de la ciudad, acompañada del gobernador de California y del presidente de Estados Unidos, declaró la cuarentena para San Francisco.

Por tres semanas, por lo menos, los pobladores deberán de estar confinados en sus hogares, bajo la pena de, no hacerlo, hacerse acreedores a multas. Los eventos públicos, estarán prohibidos. Gimnasios, bares, bibliotecas, museos, cafés, escuelas e instancias de gobierno, cerraron sus puertas.

Por semanas, ya no habrá paseos turísticos a través del imponente Golden Gate, ni, noches bohemias en North Beach, en la antigua prisión de Alcatraz, hoy, sitio turístico, volverá a reinar el silencio; la ciudad, poco a poco se prepara para invernar, en espera de que el calor, provea de mejores días: con menos contagios y menos muertes y, con la esperanza, de que sea México y América Latina, el sitio dónde inicie la tan ansiada primavera.

*Melina González. Historiadora. Periodista, cinéfila, docente y eterna estudiante, actualmente vive, trabaja y crece en Estados Unidos. Generosamente colaboradora en esta Ágora construida desde el nosotros para todos y todas.