Guatemala:Riesgo por el Coronavirus aquí donde mata el hambre

Esta vendedora ambulante de Chichicastenango, en el departamento del Quiché, unas de las provincias más pobres del país.

Texto- Podcast- Fotos : Francisco Barradas

Ciudad de Guatemala.- La hambruna en Guatemala es como la primavera: siempre llega puntual desde que se lleva registro. Aunque sin importar temporada, al menos 34% de la población del país, unos 6 millones de individuos, restringe el monto y la calidad de lo que come a diario. Aquí se vive con hambre y se muere por ella.

La temporada de hambruna, o hambre estacional, ya comenzó este 2020; inicia regularmente a mediados de abril y se extiende hasta agosto. Aun antes de la crisis que el Coronavirus trajo, se estimaba que este año la estacionalidad del hambre sería atroz. Hoy no se duda que rebasará todo pronóstico.

En índices de bienestar en América Latina y el Caribe, Guatemala suele ubicarse en segundo lugar en todo lo peor; el primer sitio es de Haití. Pese a que la suya es la economía más robusta del triángulo norte de Centroamérica –región que conforma junto con Honduras y El Salvador–, 6 de cada 10 habitantes enfrenta privaciones para acceder a un médico; educación; empleo digno; alimentación adecuada y servicios básicos, esto de acuerdo a una medición de pobreza multidimensional que el Ministerio de Desarrollo Social de gobierno encargó en 2018.

La anual hambruna se padece en por lo menos 84 municipios, de un total de 340, en 18 de los 22 departamentos en que se divide el país. Mata miles de niños y obliga a los pueblos a emigrar.  La historia es larga; adquirió niveles críticos con la llegada de Pedro de Alvarado, hace 500 años; lo criminal es que tras tantos siglos en años recientes la pobreza extrema ha aumentado.

Retraso en lluvias, o exceso, han desmoronado la de por sí precaria condición de vida de los agricultores de subsistencia guatemaltecos.  Para este día, miles de ellos terminaron ya sus contratos como jornaleros en las plantaciones de cardamomo, café y caña y sus reservas de granos, producto de sus cosechas personales, se agotan.

A finales de 2018, una encuesta del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas encontró que un 82% de familias del llamado corredor seco de Centroamérica suele recurrir a “estrategias de sobrevivencia consideradas de crisis o emergencia”. Se venden los animales y las herramientas de labranza para comprar bastimentos; se saltan las comidas.

El corredor seco, un área de sequías recurrentes, de 1,600 kilómetros de largo, atípica por su ubicación geográfica, que se extiende de Nicaragua a la frontera sur de México, es otra evidencia del cambio climático; ocupa ya un tercio del territorio guatemalteco, el tercio más poblado: la zona central y el occidente.

Agudiza coronavirus hambruna

Condena a muerte

El Indice Global del Hambre mantiene a Guatemala en un rango de problema “serio”. En Honduras la situación es moderada, y en El Salvador, baja. Si la condición de un país es seria, la consecuencia común es que los niños menores de 5 años mueran por desnutrición, presenten problemas de desarrollo físico, crezcan débiles.

“La denutrición aguda es una condena a muerte; pero la desnutrición crónica es una cadena perpetua”, resumió María Claudia Santizo, oficial de Nutrición del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en Guatemala. En un boletín difundido en septiembre de 2019, UNICEF reportó que el 49.9% de los niños menores de 5 años sufría desnutrición crónica, también que la tasa de mortalidad infantil en el país, 34%, tenía como causa principal una alimentación deficiente.

En 2018, el 25% de los hogares asentados en el corredor seco declaraban que no tenían para cubrir la canasta básica alimenticia y al menos un 8% de esas familias consideraba la posibilidad de emigrar, algo que posiblemente hicieron, uniéndose a las caravanas que en noviembre de ese mismo año comenzaron a cruzar hacia México, con destino a los Estados Unidos.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el PMA declararon en abril de 2019 una emergencia en el corredor seco. Al menos 1.4 millones de personas en Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, necesitaban entonces ayuda alimentaria. El total de afectados por eventos climáticos asociados a El Niño podía ascender a 2.2 millones, se dijo. Fue entonces que se multiplicaron las caravanas migrantes.

Solo diez meses después, en la región comenzó a resonar la alerta por el Coronavirus. El 17 de marzo de 2020, en Guatemala se decretó el cese total de actividades económicas no esenciales; a las indispensables, como la venta de comida, se le impusieron horarios restringidos. Se cerraron las fronteras; se limitó la movilidad interna. El 22 de marzo se impuso toque de queda. Luego se obligó al uso de mascarillas tapabocas y se prohibió en definitiva viajar de una región a otra. Hasta ley seca se instauró, durante la Semana Santa. Con esto, millones vieron limitados sus precarios modos de subsistencia; fue como si a los ahorcados decidieran fusilarlos.

Un país en paro

El 3 de mayo el presidente de Guatemala anunció en un ya habitual mensaje a la nación, con tapabocas, que había 703 contagios registrados de Coronavirus en el país: 41 casos por cada millón de habitantes. Tan solo en Quintana Roo, México, esa misma fecha se reportaban 911 infectados, un promedio de 52.86 por cada cien mil pobladores.

Alejandro Giammattei asumió como presidente de Guatemala el 14 de enero de 2020. Para el 17 de marzo ordenaba la suspensión de las garantías indiviuales, a fin de confrontar la pandemia.  Cinco días después, decretó un toque de queda nacional, con arrestos y multas para aquellos que lo violaran. Ambas disposiciones siguen vigentes ya iniciado mayo. Ni se especula sobre cuándo cesarán.

Con el país en paro, abastecerse alimentos y otros bienes indispensables se creyó prioridad, lo que propició ligera inflación de precios.

El gobierno federal inició la construcción de centros hospitalarios emergentes. Con la contribución del sector empresarial, durante abril se donaron 200 mil despensas a personas de escasos recursos. Se planea un paquete de estímulos fiscales por 2.3 millones de dólares para dar aire a la economía nacional.

Está por iniciar el reparto de ayuda económica a trabajadores del sector formal, se les entregará el equivalente a 10 dólares diarios; se calcula que unos 90 mil individuos solicitarán este alivio. La población económicamente activa de Guatemala sumaba siete millones 114 mil personas, mayores de 15 de años, en 2019.  Adicionalmente, alrededor de un millón de niños realizarían labores productivas.

Pero el 80% de los guatemaltecos activos se ocupa en el sector informal. Y por ser población no asegurada, la cobertura por desempleo no los alcanzará.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de Naciones Unidas ha advertido que ante el Coronavirus las acciones de los gobiernos regionales se llevan a cabo “sobre la base de procesos de prueba y error”. Es el caso de Guatemala.

La crisis sanitaria “está adquiriendo elementos de crisis política” en algunos países del área, advierte también CEPAL en un primer informe sobre la pandemia, fechado en abril 3. No aplica esto a Guatemala, en parte porque quien lidia con la pandemia es un poder Ejecutivo recién instaurado, lo que implica un mínimo nivel de descrédito ante la opinión pública –aun cuando que en los primeros cien días de gobierno de Giammattei hubo ya tormenta, ni más ni menos que en el Ministerio de Salud: dos viceministros fueron despedidos bajo sospecha de corrupción.

Pero se anticipa que el Coronavirus agravará la pobreza; que la caída de las exportaciones, el frenón de la demanda en servicios, la eventual baja de las remesas –representan el 13% del PIB de Guatemala–, entre otros factores, debilitarán la economía de todos. Si en 2020 hubiera una pérdida del ingreso general de 5%, calcula CEPAL, la pobreza extrema aumentaría en 2.3% en América Latina.

Mayo suele ser de cielos lúgubres en la zona central de Guatemala, así y no llueva. Próximo el toque de queda, el silencio vuelve un villorrio quieto a la capital y sus tres millones de habitantes, la reduce al zumbido y tintineo de un teléfono. Por la calle que se vacía, un vendedor de hielo raspado, granizadas, marcha al encierro; la cómica corneta de su carromato despide otro día que, por orden oficial, acaba a las 6 pm. No hay compradores; quizá no los hubo. Desde marzo se suspendieron las clases, no hay niños en las calles. Tras puertas cerradas, la ciudad cree protegerse de un enemigo invisible. Tampoco se mira el hambre, aunque ahí mismo va, mordiendo las tripas a ese hombre.