De megaproyectos a los salones de clase

Por Gabriel Páramo

Mercurio

Ciudad de México,(30-03-2022).-Uno de los resultados de las políticas globalizadoras del neoliberalismo es, paradójicamente, la idea de que los problemas sociales son locales, que requieren soluciones locales, estrategias locales y difusión local. Cuando se trata de establecer megaproyectos o, incluso aventuras comerciales, se invoca el supuesto bien mayor del progreso, del abatimiento de la pobreza y del desarrollo, sin precisar qué se entiende por progreso, pobreza y desarrollo.

Venus

En la lógica del capital se piensa que en las localidades, habitadas por “el pueblo” —que se ha vuelto la manera políticamente correcta de denominar lo que antes eran “los nativos”— necesitan que alguien les explique lo que necesitan para ser felices. Como hace algunos años apuntaba el uruguayo Eduardo Galeano, al fin que ellos solo hacen artesanía, tienen costumbres folklóricas y creencias ancestrales que no son ciencia.

Tierra

De acuerdo con esta idea, alguien más debe decirles qué infraestructura les conviene, qué deben sembrar, comer o vestir; qué deben hacer. En términos educativos, la propuesta y puesta en práctica de maneras de enseñar que favorecen el individualismo y la competencia no son menores culpables. Se ha enseñado a generaciones de mexicanos que lo importante es triunfar, brillar, pero en lo individual, no en colectivo. De esa manera, el capitalismo logra la publicidad de sí mismo cuando la gente narra la historia de éxito de tal o cual persona que “sola se levantó desde la miseria” como ejemplo de que el sistema funciona, olvidando que para la mayoría, la situación permanece igual.

Marte

Cada vez con mayor énfasis, las escuelas, tanto públicas como privadas, van afianzando la idea de los emprendedores, sujetos casi míticos que convierten el tradicional puesto de quesadillas de la familia, en un emporio con miles de trabajadores —explotados— que cuando menos puede equipararse con un McDonalds. Así, el alumno que brilla, que participa en muchas actividades, pero logra que se fijen en él, que saca excelentes calificaciones, es el que funciona. Las universidades enseñan conceptos perversos como el “tienes que aprender a venderte”, “hay que ver lo que necesita el mercado” y se centran en aprender cosas, no en aprender a pensar de manera transformadora. La función de las escuelas, insisto, debe ser social, liberadora, no la de formar ejecutivos que crean que su éxito es ganar salarios con los cuales puedan presumir y vivir una vida endeudados comprando cosas que tal vez no necesitan sin incidir positivamente en las comunidades ni en la vida social.

Cinturón de asteroides

Las escuelas enseñan a consumir y consumimos no solo productos; consumimos vidas, experiencias, sensaciones, deseos. Las presiones de la sociedad nos hacen vivir ese “acoso de las fantasías” de Slavoj Zizek, donde “la fantasía crea un escenario en el que se opaca el horror real de la situación”. Es cierto que la sociedad actual es mucho más narcisista, hedonista y consumista que la de apenas un par de generaciones atrás; lo podemos observar en la forma en que se desarrollan las relaciones, que desde un primer momento se conciben con “fecha de caducidad”. Muchas veces se culpa a la “tecnología de esta situación”, pero muchos opinan que en realidad, los desarrollos tecnológicos actuales ocurren porque así lo demandan la misma sociedad y la dinámica de consumo.